jueves, 18 de octubre de 2012

Sweet dance with al capone




I need to
----------- kiss you
--------------------- al capone

i have to
----------------- feel
-------------------------------- your big
----------------------------------------- and WARM
package
of
dollars

let'$ go
let'$ go ¡vámonos güey!
to tijuana's table dances
let's have a happy night
together, al capone,
let's walk throug the border,
my cute and
sweet happy face

let's go
-------------- i really need
-------------------- to kill you
-------------------- to kiss
-------------------- to kill to
---------------------------- kiss

and write with your blood:
<< VIVA the mexican dream >>
ALL over the border

and whistle
a really sad
song

because,
i promise you:

i'll be so sad
icouldactuallycry.

Imagen: La border, playas de Tijuana



lunes, 9 de julio de 2012

Ovidio - Fineo y Perseo


Imagen: Wilhelm Trübner - Cabeza de Medusa (1891)


de Publio Ovidio Nasón - Las metamorfosis

(...)Mas cuando vio que sucumbía su valor ante el número, Perseo dijo: "Ya que vosotros mismos me obligáis a ello, pediré socorro a un enemigo. Si hay aquí algún amigo mío, que vuelva su rostro", y presenta la cabeza de la Gorgona. Tescelo le contestó: "Busca a otro a quien conmuevan tus prodigios". Y cuando se disponía a arrojar un tiro de muerte, quedó inmóvil en esta actitud, convertido en estatua de mármol. A su lado, Ampix ataca el pecho con la espada, llenísimo de valor, del descendiente de Linceo; y en el momento de atacar, su mano derecha se le petrifica y no se mueve ni adelante ni atrás.
Mas Nileo, que se envanecía de ser descendiente del Nilo, que tiene siete brazos, y que por consiguiente había hecho grabar en su escudo los siete brazos del río, unos en plata y otros en oro, dijo: "Mira, Perseo, los orígenes de mi linaje; llevarás grande consuelo a las calladas sombras de la muerte por haber sucumbido a manos de tan grande hombre." La voz le quedó suspendida en la última palabra a medio terminar y puedes creer que quiere hablar con la boca entreabierta y no encuentran camino sus palabras. Enix los increpa y les dice: "Os paraliza vuestra maldad, no el poder de la Gorgona, corred conmigo y derribad en tierra a ese joven que agita armas de magia." Iba a precipitarse contra él, pero la tierra contuvo sus pasos y quedó como una piedra inmóvil y una estatua armada.
Éstos, sin embargo, recibieron el castigo que habían merecido; pero había un soldado de Perseo, Aconteo, el cual, mientras estaba peleando, al mirar a la Gorgona se convirtió en piedra. Y Astiages, creyendo que vivía todavía, le hiere con su larga espada; la espada resonó con agudos tintineos. Mientras que Astiages queda estupefacto, adquirió la misma naturaleza y en su cara de mármol permanece una expresión de admiración. Es prolija demora el decir los nombres de los hombres de condición plebeya; doscientos hombres habrían sobrevivido al combate, doscientos cuerpos quedaron petrificados a la vista de la Gorgona.
Entonces Fineo se arrepintió de esta guerra injusta; pero, ¿qué puede hacer? Ve estatuas en actitutes diversas, reconoce a los suyos, llama a cada uno por su nombre, les pide ayuda y, no dando crédito a sus ojos, toca los cuerpos: eran mármol. Se volvió y así suplicante, con las manos en actitud humilde, extiende los brazos hacia él y le dice: "Has vencido, Perseo; aleja tu monstruo, cualquiera que sea, aparta el rostro de tu Medusa, que todo lo convierte en piedra; apártalo, te ruego. No me ha impulsado a esta guerra el odio ni el deseo de reinar; me ha movido el deseo de tener esposa. Tu derecho ha sido mejor por tus méritos, el mío por el tiempo. Yo siento no haber cedido antes. No me concedas nada, ¡oh, el más valiente!, excepto la vida; todo lo demás sea tuyo."
Hablaba así sin atreverse a mirar al que suplicaba. Perseo le dice: Lo que puedo concederte, ¡oh tímido Fineo!, y que te concederé, es un gran presente para un cobarde (aleja tu temor); no te tocará ningún hierro. Aún más, te concederé un monumento, que permanecerá durante los siglos y siempre serás visible en la casa de mi suegro, para que mi esposa se consuele con la imagen del que fue su prometido." Dijo, y acercó la hija de Forcis por el lado por el que Fineo había vuelto su rostro, lleno de miedo. Entonces, mientras intentaba apartar sus ojos, el cuello se endureció y las lágrimas que humedecían sus ojos se endurecieron como piedras. Sin embargo, el rostro atemorizado y la actitud suplicante de sus manos sumisas y toda su humildad quedó plasmada en el Mármol.

Foto: Gian-Lorenzo Bernini - Medusa (1630)

miércoles, 4 de julio de 2012

Un hormigueo

Imagen: David Shrigley - "Hormigas cojen en tu chela"

entiende, amigo,
debemos dejar de patear los hormigueros,
sólo disfrutar de los derrumbes cuando estos sean astronómicos, abismales,
de años luz de proporciones.

los seres humanos, desde arriba, también sólo somos puntos mordelones 
en plena fermentación de nuestra carne...
pobrecitos, creemos que escribir nos separa de los bichos / o de las estrellas /
creemos que arder sólo es tarea de soles, "los animales incendiarios de las nubes"

pero vamos a comernos el mundo a moronitas,
tomarnos la molestia de excursionar en fila india hacia universos colosales
y repetir la experiencia de la hormiga que se ahoga en la cerveza
ufff!
practicar la muy divertida marabunta que es el sexo animalesco
y recorrer distancias alocadas aferrado a las paredes,
como si la vida se tratase de explorar toda perspectiva
 [ a mucha honra lo decimos,
"en esta vida hay que probar de todo",
hacer un-lugar-sin-límites el cuerpo,
que es el hormiguero del Sujeto ]
( aunque cojan los insectos en las chelas y se ahoguen sonriendo )

celebraremos,
aunque tengamos que enterrarnos en la tierra y hacernos trenzas las antenas,
lo de ahogarnos ya lo hacemos desde siempre:
peleamos con chanates y vencemos.






Imagen: Alex Wild - Hormigas Azteca alfari Cecropia


***

Video: El lugar sin límites (1978)


lunes, 11 de junio de 2012

Anatole France - La isla de los pingüinos (Extracto)





Un extracto de un librazo que me conseguí hace ya rato, vía los libros viejos del D.F. Es de "La isla de los pingüinos", de Anatole France. No conocía el título pero ya sabía del autor desde que me había enamorado con "La rebelión de los Ángeles", así que me lo llevé y lo leí en los pulques.

La historia va de la evolución en la cultura de unos pingüinos que se convierten en hombres tras haber sido bautizados en nombre de Cristo por un santo cegatón que los creyó humanos. Publicado en 1908, es una muy buena sátira del desarrollo de las sociedades.
 

**
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La isla de los pingüinos (1908)
Anatole France 
-Extracto: Viaje del doctor Obnubile-
Después de una sucesión de vicisitudes inauditas, cuyo recuerdo fue borrado en gran parte por la injuria del tiempo y por el desdichado estilo de los historiadores, los pingüinos acordaron gobernarse por sí solos. Eligieron una Dieta o Asamblea y la invistieron con el privilegio de nombrar al jefe del Estado. Escogido entre los vulgares, no coronaba su frente con la formidable cresta del monstruo ni ejercía sobre el pueblo autoridad absoluta, y se hallaba sometido como todos los ciudadanos, a las leyes de la nación. No recibía el título de rey, no adornaba su nombre con un número ordinal, y se llamaba Paturlo, Janvión, Trufaldin, Conquenpot o Farfullero a secas. Estos magistrados no sostenían guerras, acaso por no tener uniforme militar. El nuevo Estado recibió el nombre de Cosa Pública o República. Sus adeptos eran llamados republicanistas o republicanos.
Pero la democracia pingüina no gobernaba por sí sola: obedecía a una oligarquía bancaria que imponía la opinión a los periódicos, manejaba a  los diputados, a los ministros y al presidente: disponía en absoluto del tesoro de la República y guiaba la política exterior del país.
Los imperios y los reinos armaban ejércitos y escuadras enormes. Obligada, para su seguridad, a imitarlos, la Pingüinia sucumbía bajo el peso de su organismo belicoso, y todo el mundo deploraba, o fingía deplorar, obligación tan dura. Sin embargo, los ricos y los negociantes la aceptaban por patrimonio y porque veían en el soldado y el marino al defensor de sus haciendas, los poderosos industriales favorecían la fabricación de cañones y de navíos con entusiasmo nacional y para obtener contratas. De los ciudadanos pertenecientes a la clase media y a las profesiones liberales, unos se resignaban sin disgusto porque suponían inevitable y definitivo aquello, y otros aguardaban impacientes el fin y pensaban imponer a las potencias el desarme simultáneo.
El ilustre profesor Obnubile era de los últimos.
-La guerra -decía- es un signo de barbarie que el progreso de la civilización hará desaparecer. Las fuertes democracias son pacíficas, y su espíritu se impondrá a los autócratas.
El profesor Obnubile, recluido en su laboratorio, donde pasó sesenta años de vida solitaria y estudiosa, se resolvió a observar pacíficamente el alma de los pueblos, y para empezar su análisis por la mayor de las democracias, se embarcó con rumbo a la Nueva Atlántida.
Después de quince días de navegación su barco entró de noche en el puerto de Titamport, donde anclaban millares de navíos. Un puente de hierro tendido a bastante altura sobre las aguas, resplandeciente con infinitas luces, unía dos muelles tan distantes uno de otro que el profesor Obnubile se creyó transportado a los mares de Saturno, y no dudó que aquel puente era el anillo maravilloso que ciñe al planeta del Viejo. Sobre tan inmenso transbordador circulaban más de la cuarta parte de las riquezas del mundo. Y en tierra, el sabio pingüino se instaló en un hotel de cuarenta y ocho pisos, donde servían autómatas, luego tomó el tren que conduce a Gigantópolis, capital de la Nueva Atlántida. Había en aquel tren restaurants, salas de juego, circos atléticos, una oficina de informes comerciales y de cotizaciones mercantiles, una capilla evangélica y la imprenta de un diario que no pudo leer el doctor porque desconocía el idioma de los nuevos atlantes. El tren atravesaba, en las orillas de anchurosos ríos, ciudades manufactureras que oscurecían el cielo con el humo de sus hornos, ciudades negras a la luz del sol, ciudades rojizas en la oscuridad nocturna, siempre clamorosas de día y denoche.
-"Este -reflexionaba el doctor- es un pueblo entregado a la industria y al negocio, por lo cual no se preocupa de la guerra. Estoy seguro de que rige a los nuevos atlantes una política de paz, pues todos los economistas admiten ya como un axioma que la paz exterior y la paz interior son indicios pensables para el progreso del comercio y la industria.”
Mientras recorría Gigantópolis confirmaba esta opinión. Las gentes iban por las calles con tal prisa que derribaban cuanto se oponía a su paso. Obnubile, después de rodar varias veces por el suelo, aprendió a ir con ímpetu, y cuando llevaba ya una hora de carrera, al tropezar con un atlante lo volteó.
En una inmensa plaza pudo admirar el pórtico de un palacio de clásico estilo, cuyas columnas corintias elevaban a sesenta metros sobre el pedestal sus capiteles de acanto arborescente.
Tuvo que detenerse y levantar mucho la cabeza para contemplarlo. Entonces un personaje de aspecto humilde se le acercó y le dijo en idioma pingüino:
-Reconozco en vuestro traje a un ciudadano de Pingüinia. Domino vuestro idioma y soy intérprete jurado. Este palacio es el del Parlamento. Ahora deliberan los diputados. ¿Quiere usted asistir a la sesión?
Acomodado en una tribuna, el doctor miró curiosamente a la muchedumbre de legisladores que se recostaban en butacas de junco y apoyaban los pies en el pupitre.
El presidente se levantó para murmurar, más que pronunciar, entre la indiferencia de todos, las siguientes fórmulas, traducidas por el intérprete al doctor.
-¿Hay oposición?
-La proposición queda aceptada.
"Terminada a satisfacción de los Estados la guerra que sosteníamos para obtener la franquicia de los mercados en la Tercera Zelandia, propongo que se remitan las cuentas de gastos a la Comisión..."
-¿Hay oposición?
-La proposición queda aceptada.
-¿Lo habré oído bien? -preguntó el profesor Obnubile-. ¿Será cierto? Ustedes, un pueblo industrial, ¿sostienen tantas guerras?
-Naturalmente -le respondió el intérprete- Son guerras industriales. Los pueblos que no tienen comercio ni industria no están obligados a sostener guerras, pero un pueblo de negocios exige una política de conquistas. El número de nuestras guerras aumenta de día en día con la producción. En cuanto alguna industria no sabe dónde colocar sus productos, una guerra le abre nuevos mercados. Este año sostuvimos la guerra carbonífera, la guerra del cobre y la guerra del algodón. En la Tercera Zelandia matamos a los dos tercios de sus pobladores, para obligar a los restantes a que nos comprasen paraguas y calcetines.
Un hombre gordo y robusto que se hallaba en el centro de la Asamblea subió a la tribuna.

-Reclamo -dijo- una guerra contra el Gobierno de la República de la Esmeralda, que disputa insolentemente a nuestros cerdos la hegemonía de los jamones y los embutidos sobre todos los mercados del mundo.
-¿Quién es ese legislador? -preguntó el sabio Obnubile.
-Un tratante en cerdos.
-¿No hay oposición? -dijo el presidente-. Pongo la proposición a votación.
La guerra contra la República de la Esmeralda fue votada por una gran mayoría.
-¡Cómo! -dijo el doctor Obnubile a su intérprete-¿Aquí votan una guerra con tanta rapidez y con tanta indiferencia?
-¡Oh! Es una guerra sin importancia, que sólo costará ocho millones de dólares.
-¿Y cuántos hombres?
-Entre todo, gastos y bajas, ocho millones de dólares.
Entonces el doctor Obnubile sumió su cabeza entre las manos y meditó:
"Puesto que la riqueza y la civilización producen tantos motivos de guerra como la pobreza y la barbarie, y puesto que la locura y la maldad de los hombres son incorregibles: se puede realizar una acción meritoria. Un hombre prudente amontonará bastante dinamita para hacer estallar el planeta, y cuando se desparramen sus fragmentos por el espacio se habrá conseguido en el universo una mejora imperceptible, se habrá dado una satisfacción a la conciencia universal, que indudablemente no existe.”

Video: Jefferson Airplane - Volunteers (Woodstock 1969)

lunes, 4 de junio de 2012

Doggy Style

Imagen: William Blake - Cerbero


**
DOGGY STYLE
Hay perros bufones que se ríen de sus amos,
que cuando ya mueren, se desentierran sus huesos
y con sus dientes fantasmas les hacen trizas las piernas, 
les despedazan los muebles y les orinan sus camas,

hay perros bufones que se persiguen la cola,
que se rien de sus amos, que cuando ya mueren
les muerden la mano y los arrastran con ellos al infierno.


domingo, 3 de junio de 2012

Ricardo Flores Magón - Las inquietudes del hierro (1915)


El hierro se estremeció en el seno de la montaña al sentir pisadas en la cumbre.
- Es el hombre que anda en busca de mí -dijo-. Y sus moléculas vibraron intensamente en una sensación mezclada de angustia y de placer.
Las pisadas resonaban enérgicas, como si fueran las de un hombre audaz que se enfrenta a la naturaleza para rescatar de ella lo que el ser humano necesita.
- ¿Para qué me querrá? -se preguntó con inquietud el benemérito metal. Y la montaña entera, cuya armazón componía él, tuvo un sacudimiento.- Me estremezco a la sola idea de tener que ser convertido en auxiliar de la injusticia, yo que, por mi misma naturaleza, debiera ser únicamente propulsor del progreso y la libertad, añadió.
Hubo una pausa, en la que se escuchó, con toda claridad, el sonido de un pico golpeando el dorso de la montaña.
- Sí, es el hombre que me busca para hacer de mí, tal vez, la cadena que ha de arrastrar. Es el hombre que se afana por encontrarme para convertirme en reja de calabozo o en cerrojo de presidio.
Y sus moléculas vibraron de indignación y de cólera.
Los golpes continuaban y el eco repetía los sonidos, que parecían el lamento de un gigante agredido por la espalda.
- Es el hombre que me busca, quizá, para hacer de mí la metralla, con la cual el tirano le ahogará la protesta en la garganta, o la guillotina que ha de arrancarle la cabeza cuando dé un paso fuera del estrecho sendero de la Ley escrita por sus verdugos.
El pico hería, hería, hería, y la montaña gemía como un monstruo impotente bajo los puños de un titán.
- ¡Ah, cuánto sufro! ¡Oh, qué cruel incertidumbre! Yo no quiero ser cadena, ni cerrojo, ni reja. Quiero ser metralla, pero en manos del pueblo, para barrer a los tiranos. Quiero ser guillotina, pero en manos del rebelde, para arrancar la cabeza del opresor. ¿Qué iré a ser? Puedo ser acicate; pero también puedo verme convertido en freno. Impulso y contengo, según el uso que se me quiera dar; doy la vida y doy la muerte; soy arado y soy espada. Hoja afilada, esclavizo en manos del esbirro, liberto en manos de Caserio. ¡Ah, se me usa para el bien y para el mal!
Gatillo de arma de fuego, se me hace disparar el maldito proyectil que arranca la vida de Ferrer, como la bala bendita que liberta al mundo de la tiranía de Canalejas. En manos de Maura soy esclavo de las tinieblas; en manos de Pardiñas sirvo a la justicia. Un mismo fulgor mío es de vida y es de muerte: brillo con promesas de vida en el revólver de Angiolillo; brillo con livideces de muerte en la estrella del polizonte. ¿Qué iré a ser? ¿Qué iré a ser?
El pico hería, hería, hería, haciendo gemir a la montaña en medio de la naturaleza, indiferente a las angustias del hierro.
(Ricardo Flores Magón, Periódico Regeneración, número 217, 18 de diciembre de 1915)


 Video: José de Molina - Soldadito de plomo

domingo, 27 de mayo de 2012

La silenciosa deidad

Imagen: Tlazoltéotl, "La devoradora de la mugre", códice borbónico

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"¿Crees, oh pobre hombre, 
que el griterío de tu boca 
sea el canto de alabanza justo 
para la silenciosa deidad?"
(Angelus Silesius)


¿Crees que podremos llegar a tentar a los cielos?
¿Irrumpir de a marometas en esos palacios divinos?
dicen que cristo tenía doce seguidores,
yo a lo mucho tengo un par de buenos amigos borrachos
y aunque mi éxtasis no es de masoquista,
he llegado a ver a dios en la luna anaranjada,
es un dios silencioso que no tiene hermosura pero que vive en el trance
y que sabe acontecer en las flores
* las plantas son las nuevas estrellas*
Tal vez yo no crea en dios
pero quizás sí sea un místico extraño
quizás dios siga callado y lo seguirá estando
pero una danza frenética me arroba cuando navego en el cielo,

no conoceré a dios
pero como sé del estruendo también me abruma el silencio
y la estela de vivir e incendiarse rodeado de ángeles muriendo
caen uno a uno y la tierra se los come como al polvo,

a la tierra, los aztecas la llamaban LA DEVORADORA DE LA MUGRE
y la representaban manchada de lodo y pariendo
en medio de un rito alucinógeno,
desde entonces conocemos la frescura del lodo y las delicias del sueño
y con la raíz del diablo entrábamos en comunión con los dioses,

hasta que llegaron obispos a querer bendecir con hogueras


no,
nosotros no queremos / no sabemos bendecir
pero tenemos el poder de la blasfemia
que es el don de hacer llorar a los imbéciles
que es el don de orgasmearse mientras rezas,

no,
nosotros no sabemos / no queremos bendecir,
creemos que dios por algo está calladito
y que la tierra por algo está pariendo y devorando desechos

no sabemos si dios tenga oídos
o si sus orejas abarquen el cosmos,
no lo sabemos, ignoramos bastante
lo cierto es que si miramos al cielo
terminaremos extasiados de eclipses
y lleno de moretones los brazos,
quizás hasta el corazón vomitemos
antes de que se nos sequen las venas,

/ me daré un beso en la frente a mí mismo
y dibujaré a mi dios preferido,
escalaré al cielo en las plantas
y beberé con los fantasmas de mis amigos muertos /

no,
no sé si dios exista,
sólo sé que la noche es hermosa y a ella no le importa tanto el griterío de tu boca,
ella sabe divertirse en lo oscuro y comprender las danzas del instante.

Imagen: paisaje desde Navachiste, 2012
(clic para agrandar)

viernes, 18 de mayo de 2012

Voltaire - El hombre de los cuarenta escudos (extracto)


Ya bastante instruído, el hombre de los cuarenta escudos, y hecho un caudalejo, se casó con una bonita muchacha que tenía 100 escudos de renta; en breve embarazó a su mujer, por lo que fué a ver a su geómetra, y a preguntarle si el recién nacido sería chico o chica. Respondióle el geómetra que eso lo suelen saber las comadronas y las criadas; pero que no estaban tan adelantados como ellas los astrónomos que predicen los eclipses.
Luego le preguntó si su hijo o hija tenía ya un alma, a lo que contestó el geómetra que no entendía de eso, y que lo consultase con un teólogo. El hombre de los cuarenta escudos, que era ya hombre de 140, quiso enterarse también en qué sitio estaba su hijo. "En una bolsita", le dijo su amigo, "entre la vejiga y el intestino recto".
-¡Jesús me valga! – exclamó-: ¿El alma inmortal de mi hijo ha nacido y vive entre la orina y otra cosa peor?.
-Sí, mi querido vecino, y el alma de un cardenal no tuvo tampoco alojamiento más aseado. A pesar de eso se las echan luego de personas superiores a todos. (...)”
 
(Voltaire - El hombre de los cuarenta escudos (1768); inicios del capítulo VII)
 Imagen: Pedro Luis Raota

lunes, 7 de mayo de 2012

La lumbre



Imagen: Angelo Bronzino

"Recuerda que también está dispuesto por los hados
que llegará un tiempo en que el mar, la tierra y el palacio celeste
arderán presos por las llamas y que la masa del mundo,
presa del fuego sucumbirá." 
(Publio Ovidio Nasón - Las metamorfosis)

Lunáticamente en serio vayan despidiéndose del mundo,
ruina de un dios desmoronado,
y abrácense a la sombra del espacio

abracen la fogata, conjúguense en la lumbre
la lumbre - la lumbre - la lumbre
soy como una loca encendida en su belleza,
la lumbre me acompaña,
me enamoro de los brujos sin toloache

hay poesía en las maldiciones de las locas
y tremendos antiversos en la oscuridad de sus sonrisas,
habita siempre el findelmundo en su belleza insoportable,
como algún vagabundo sin miedo de la noche y sus patrullas

no hay mejor belleza que la que peligra entre colmillos
aquella que enciende encabronada el fin del mundo
y termina fulminando el cielo de chiripa.
 - hay poesía en el crimen de las locas,
hay poesía en la luna envuelta en llamas -
AMO A LAS LOCAS
porque chamuscan el cielo y no refunfuñan
antes luego se desvisten
y le rezan a la lumbre entre las nubes

AMO A LAS LOCAS
porque saben meditar a escupitajos en los palacios celestes,
saben incendiarse en flor de loto y con huaraches
y resistir el fin del mundo con una sonrisa amplia de calaca enamorada.



  Imagen: robert crumb
 
Imagen: danny quirk

viernes, 27 de abril de 2012

Mircea Eliade - El chamán y la iniciación chamánica


Según los yakutos, los demonios llevan al futuro chamán a los infiernos y le encierran durante tres años en una casa. Allí recibe su iniciación: los espíritus le cortan la cabeza, que ponen a un lado, pues el novicio ha de asistir a su propio despedazamiento, y lo cortan en trozos menudos, que son distribuidos inmediatamente entre los espíritus de las diversas enfermedades. Tal es la condición indispensable para que el futuro chamán obtenga el poder de curar. Los huesos son recubiertos luego de carne fresca y en algunos casos se le infunde además una sangre nueva. Otros chamanes cuentan que durante su enfermedad iniciática los antepasados chamanes los atraviesan con flechas, les cortan las carnes y les arrancan los huesos para limpiarlos, y si no les abren el vientre, devoran sus carnes y beben su sangre o les cuecen el cuerpo y les forjan la cabeza sobre un yunque. Durante ese tiempo yacen inconscientes, casi inanimados, de tres a nueve días, en la yurta o en un lugar solitario. Parece que algunos dejan incluso de respirar y han estado a punto de ser enterrados. Resucitan finalmente, pero con un cuerpo enteramente renovado y con el don de actuar como chamanes.

(Mircea Eliade - Historia de las creencias y las ideas religiosas. Tomo III pags 33-34)


Imagen: Alex Grey

miércoles, 25 de abril de 2012

Últimas copas (de hoy)

Imagen: Navachiste 2012


La última ronda se la dedico al diablo y sus esbirros
a todos los entes luminosos de la playa
a lo terrible y lo asombroso
a la primavera con sus flores que se pudren y hacen vida

a la interminable danza de los alcoholes mareadores

PUM,
me volaré la cabeza con un mezcal adulterado
y me llevaré conmigo al mundo,
el mundo es un pecado esférico y perfecto,
SUCIO, con lodo, tierra y almas humanas arrastradas.

esta ronda caminera / del estribo /
se la dedico a este planeta desgraciado,
que no es mío
y que sabe burlarse de lo humano
como cualquier mar arrastrando a los ahogados hacia lo más hondo de su herida.

Video: Don Javier - Pescadores (Navachiste 2012)

 Video: Ampersan & - Colores (Navachiste 2012)

lunes, 23 de abril de 2012

Hugo Hiriart - El Matamoscas


Les dejo un texto bastante bueno de un libro que me prestaron hace varios años y que aún no he regresado, pero no me reclamen, que la tardanza es mutua.

***

EL MATAMOSCAS
 Hugo Hiriart
(Del cuento “Cosas”, en “Disertación sobre las telarañas”)

El matamoscas
A. Aspectos estéticos. Lo imagino así: de plástico amarillo, reposado en la oscuridad, cerca de los vasos de mermelada y de la colgante pierna de jamón. No ha nacido aún el Cezanne del matamoscas, pero ya llegará porque ese artefacto, más que la prolongación del brazo y la mano abierta, es una refinada escultura aerodinámica y flexible, un elegante ready made con cabeza de clavícula fina y cuerpo de fusta. El matamoscas pertenece al orden estético que incluye a la paleta, la sartén y la raqueta, sólo que puede tener colores más vivos y suntuosos que la paleta de caramelo, ser tan útil y vigoroso como la sartén y su trama constituye un encaje más fino que el de la raqueta. Por otra parte, ya se trabaja en la fabricación del matamoscas con sabor de caramelo italiano, dotada de cualidades de traste refractario y con encordado stradivari de tripa de gato que, en cierta medida, reunirá en un solo producto las ventajas de los cuatro útiles. Algunos estetas y decoradores lo recomiendan calurosamente en calidad de objeto de ornato y aconsejan sea dejado por falsa casualidad sobre el negro piano de cola o confundido entre las begonias del florero o, sobre todo, gentilmente dormido en el suelo de la pecera. Los antiguos matamoscas de alambre retorcido y de red son preciadas piezas de coleccionista. No es la hora de hablar de sus usos cada vez más frecuentes en la peluquería y el ballet (el interesado puede consultar la antología El pastel y el matamoscas). Pero al fin de cuentas todo esto se degrada al uso y comercio del matamoscas, nosotros pensemos que ante todo un matamoscas es un matamoscas es un matamoscas es un matamoscas es un matamoscas… 

 B. Aspectos deportivos. Instrucciones: tómese el matamoscas por el mango, adóptese una actitud digna, marcial, elévese la mosca e iníciese la partida. Tiene usted dos saques, no golpee muy violentamente en el primero (en general ha de cuidarse la dulzura del golpe; recuerde que si destroza la mosca tendrá un tanto en su contra). Es siempre preferible recurrir al drop shot (o dejadita) y al globo que al smash iracundo por los riesgos antes señalados de aplastamiento de proyectil (consejo que desoyó el tenista apátrida Molina, conocido como el emperador del smash, que perdió todos los tantos de una partida por desaparición de mosca). Los jueces han de situarse perpendicularmente a la telaraña. No debe olvidarse que la esencia del juego es una cierta gracia o delicadeza y no ha de asestarse jamás el revés como si se tuviera en la mano una escafandra. Es particularmente necesario tener presente esto último en el juego más elegante: el juego con la mosca viva y las raquetas de seda con alma de aluminio. Donde quiera que esté la mosca hay un Wimbledon en potencia, esmerémonos

C. Aspectos morales. En el prólogo al libro La caza del mosco y la mosca del Conde de Yebes, José Ortega y Gasset habla de la ética de la persecución de la “filosófica mosca revoloteante” (no dice nada del ponzoñoso mosco filosófico, del que podrían disertar E. Uranga y E. Villanueva, cuya picadura es narcótica de la razón). Entre los principios idealistas de Ortega figura que la “mosca ha de captarse y someterse en el aire” y que “sólo el positivismo y materialismo más groseros dan su consentimiento que se la aplaste contra el muro, el vidrio, el cuadro de Velázquez o la mano de la amada”. Menos anticuado y más científico que Ortega y el Conde de Yebes fue aquel lituano Lubezki a quien debemos la invención de ciento treinta y ocho matamoscas con formas y astucias diferentes (el más complicado de ellos estaba compuesto de más de tres mil piezas y el más curioso practicaba el exterminio de la mosca por la vía del amedrentamiento sistemático y el susto). Ya en las solitarias e interminables horas del manicomio Lubeski perfeccionó su técnica hasta llegar a refinamientos notables: su depurado procedimiento consistió en acabar con la mosca con un solo movimiento del dedo meñique. Esta exquisita ejecución la logró observando científicamente el despegue de la mosca: el animal se eleva siempre un poco sesgado y tanto el ángulo de despegue como el giro maniático pueden determinarse con gran precisión y preverse de suerte que la bestia se pueda estrellar de cara contra el alzado dedo meñique; será suficiente un insignificante movimiento del dedo para que la mosca ruede doblegada. A mayor pureza venatoria no se puede aspirar con fundamento. La celda de demente de Lubezki es hoy museo y en ella puede verse un matamoscas de plástico amarillo que el inventor conservó, entre sus fotos de familia, hasta el fin de sus días.

 Imagen: Artefacto de Nicanor Parra

sábado, 17 de marzo de 2012

La raza maniaca


“Un lujo auténtico exige el desprecio acabado de las riquezas, la sombría indiferencia de quien rechaza el trabajo y hace de su vida, por un lado, un esplendor infinitamente ruinoso, y, por otro lado, un insulto silencioso a la mentira laboriosa de los ricos.” (Georges Bataille, La parte maldita)


Era otro viernes cualquiera en el que yo decidí ir a El Safari. El Safari no falla; de las pocas buenas cantinas que tiene mi ciudad. Llegué solo, a eso de las 9:00 PM y me pedí una cerveza roja. A la media hora me habla Miguel por teléfono, un conocido mío, buen amigo pero que a veces puede llegar a ser un tipo bastante extraño. Le digo dónde estoy y le doy señas de cómo llegar, a sabiendas de que no es el tipo de lugar al que suele ir. Llega poco rato después y me saluda efusivamente con una sonrisa y un fuerte apretón de manos, tratando de ocultar su incomodidad.
Comenzamos con una plática un tanto patética sobre las mujeres. A todo esto tengo que aclarar que Miguel es un tipo que dice tomar al catolicismo muy en serio, pero mezclado con una especie de enfermedad esquizoide que no me siento capaz de describir. A él le gustan las mujeres, o eso dice, y me platica de ciertos encuentros de palabras que sostuvo con algunas que él considera “guapas”. Las mujeres, decía, deben llegar puras al matrimonio. Me confiesa que su problema ha sido encontrar a una mujer verdaderamente católica, lo que sea que eso signifique. Entonces lo dejé de escuchar por unos cuantos segundos mientras me debatía internamente “¿Será posible encontrar a alguien así?”, concluí que sí, que en el mundo hay de todo y que para ser feliz sólo hay que buscarle. Cuando le volví a poner atención a su plática ya estaba hablando de los extraterrestres. Me decía que había nosecuántas razas que habitaban nosecuántas federaciones galácticas. Además, había también unos espejos –nueve, creo recordar,- que cierta raza alienígena había construido en ciertas regiones de nuestro planeta, según esto para ayudarnos a “evolucionar” habilidades especiales.

Me platicó de eso; cada región del planeta tenía alguna habilidad en específico, en Alemania, por ejemplo, había un espejo que los hacía ser más religiosos –pensé en Nietzsche, en Marx, en Heidegger, pero me callé la boca, no quería interrumpir su flujo de pensamiento-, en Latinoamérica había uno que nos hacía más habilidosos en lo sobrenatural… en la telequinesis, por ejemplo. Me dijo que él tenía esa habilidad, , pero con ciertas personas: “Sé cuando mi mamá me está buscando, y entonces le marco al celular, y la sorprendo.” Me siguió mencionando otros espejos en otras regiones que hacían desarrollar nosequé habilidades en la gente, pero para entonces yo ya estaba seco y no le presté mucha atención. Pedí otra cerveza, y cuando la mesera me la trajo el compa me decía que los estadounidenses tenían un enorme espejo que les ayudaba a desarrollar todas las habilidades posibles a la vez. “Esto suena muy hollywoodesco…”, pensé, y recordé que alguna vez él me dijo que estaba tomando medicamentos fuertes… algo de la cabeza, disque para volverlo “normal”.

Era una plática interesante, sin duda, aderezada por el ambiente cantinesco y música de Ramón Ayala de fondo.

Le pregunto cómo son esos espejos. “Pues… - y hace una pausa larga como sorprendido de que alguien haga una pregunta tan evidentemente obvia.- “Pues como espejos”. – terminó diciendo, como si fuese algo que debería de haber quedado claro desde el principio.

Lo que sí me describió fueron a algunos de los alienígenas. “Esta raza tiene forma de hongo”, “estos miden un metro veinte”, “estos habitan 12 planetas”, y yo alucinaba con solo escucharlo hablar de ellos tan familiar y seriamente.

Y entonces me dice “He leído muchos de sus libros.” Y se pone a platicarme sobre ello. Tardo en comprender que lo que realmente me quería decir es que él había leído libros, pero no sobre ellos, sino escritos por ellos. Los alienígenas eran los autores de esos libros, no los protagonistas. Entonces se acerca la mesera y él le pide otro refresco de toronja. Mientras tanto yo fui al baño, y allí recordé su punto débil. Justo al sentarme en mi lugar lo miré y le dije: “Y… ¿qué religión tienen estos personajes?”. Él me respondió, con una gran sonrisa que delataba sorpresa y a la vez admiración: “Buena pregunta… sabes, ellos mandaron a Jesús aquí a la tierra, y lo mismo hicieron en cada planeta: cada raza tuvo su propio mesías, mandado por ellos.”. “Ah…” y le dije… “¿Eso quiere decir que el cristianismo no está completo?... ¿como si fuera un trozo pequeño, parte de una gran obra cósmica... entre muchas otras?” Sonrió. “Algo así” dijo entre dientes. Le pregunté sobre la ‘otra vida’, me miró a los ojos titubeante y dijo “el infierno es cuando uno es condenado a nacer en un planeta subdesarrollado”. Y sostuvo que, en base a las enseñanzas alienígenas, el cielo no existe, pero uno avanza hacia una vida mejor, quiénsabedónde, con el objetivo de mejorar su ‘experiencia cósmica’. O algo así le entendí; el caso es que le dije “Toda esa idea de volver a nacer para autocompletarse, en base a lo que fuiste y lo que te falta por aprender… pues… suena muy budista.”. No recuerdo bien su respuesta, porque en ese momento veo entrar por la puerta al Rino, el gran rinoceronte metalero, el greñudoloco de la banda grindera. Le grito eufórico. Me mira y viene hacia nuestra mesa. “¡Compa Eber!”, me saluda al verme. Le presento al vato maniaco y empezamos a platicar. Venía de fumar cristal con dos morras lesbianas, o eso dijo él. Pidió una cerveza y yo otra. Me dio un abrazo, y le empezó a platicar al vato maniaco la vez que lo acompañé al velorio de su madre. “Estaba muy loco yo, no podía conmigo, ese día me metí de todo antes de enterarme de su muerte.” En efecto, el pobre pasa los años drogado. En ese momento me entró la sensación de estar entre dos grandes personajes que nunca creí ver reunidos en un mismo sitio. Dos personas interesantes en un sentido chingón, cada quién su trip. “Bueno”, dijo el Rino, “voy por un pericazo”, y salió súbitamente. El vato maniaco volvió con sus extraterrestres, y de paso metió a los illuminati, quienes mantenían una conspiración mundial para quiénsabequémadres. Sea como sea, todo su discurso sonaba disparatadamente coherente entre sí y eso es de admirarse.

Al regresar el Rino le comienza a platicar al vato maniaco la vez que tenía 40 mil pesos en los bolsillos, herencia de su hermana fallecida, “Llegué con un compa y le dije ‘órale aquí tenemos 40 mil bolas’, y nos fuimos con unas putas. A mi me excitan los pies, tengo una fascinación por los pies. ¡Cómo me divertí esa noche!, teníamos montañas de perico”, y hacía el ademán de sumergir su cara en una de esas montañas nevadas. El vato sólo alcanzó a decir un tímido “¡Ah!”. Entonces nos metimos al área de fumar, separada por una pequeña puerta de vidrio. El vato maniaco estuvo un rato más, pero se fue, no creo que estuviera cómodo con la presencia del legendario Rino, quien me hablaba de la vez que se metió peyote. “Una hora después no supe de mí, a los tres días desperté en mi casa, bañado en sangre.” Yo lo miré con cara de sorpresa, “Al parecer maté a patadas a una señora”, me dijo calladamente, haciendo gestos de violencia y tristeza. “Llegué a mi casa y me oriné en los pantalones. Mis padres me metieron a la ducha” Entonces se interpuso un pequeño silencio. “Ahí en la casa guardo mis tenis manchados en rojo”. Yo le ofrecí un cigarro y le conté la vez que fumé hojas secas de salvia divinorum: “Puse música y de pronto la música era un árbol de luz al que le crecían las ramas según el ritmo. Lo veía de frente, pero sentía como si yo viajara en la cima. Duró unos 5 minutos.” Entonces algo mencionó acerca de María Sabina, no recuerdo qué, pero al parecer él creía que seguía viva, yo no le corregí su error.

Alrededor de nosotros, vatos fumando tabaco y tomando cervezas, otros jugando billar muy animadamente, y una pareja cantando en el karaoke muy pero muy mal. “Ahorita voy a ir al Agujero Negro, ¿quieres ir?”, me dijo el Rino. El Agujero Negro es una casa, lugar de reunión de los vatos malandros más roñosos. “Vamos”, le dije, “pero saludo a los compas y me voy, que ya ando cansado”. Camino hacia allá prendí un churro de mota y me fui fumando por las calles. En una de esas pasamos al lado de una taquería repleta de policías que comían como puercos y ni caso nos hicieron: Quizá hasta ellos saben que los tacos importan más que un crimen sin víctimas.

Bucanadas de humo por todas partes y una hermosa noche estrellada. Al llegar, saludé a los plebes y me despedí del Rino, quién me arrebató el churro delicadamente: “Para los compas”, me dijo, y se fue con ellos. Entonces yo agarré camino hacia mi casa.

viernes, 16 de marzo de 2012

Adios paraíso

Imagen: Abraxas Teatro en Guamúchil

"Porque el diablo los hizo es su deber juntarse"
(Iván Esquer, Guamúchil 1986 - Tijuana 2012)

Flaco, la mera existencia es un teatro,
¿te imaginas que fuese otra cosa?

yo estoy encerrado en mis pieles
y la verdad envidio tu libertad de fantasma
(si me emborracho,
sin duda sabré que estás en mis tragos,
atiborrado de besos)

ADIOS, PARAISO
ya te dije llorando,
recordando cada manzana mordida
y a un dios pies de serpiente que los antiguos llamaron Abraxas.

Fumaré de tu abrazo de niño criminal inmenso
y de espíritu prófugo del miedo y del orden,
escapémonos de las jaulas del cuerpo, del discurso y del método,
entremos por la fuerza a la Historia,
volvámonos libres, si tal cosa es posible,
con la desnudez de una orgía religiosa que culmine en orgasmo.

tu silueta de hombre delgado
me hace ahora envidiar a los muertos, platicar con cenizas,
explorar la tragedia del fuego,
para que cuando al fin te encuentre de nuevo,
digamos que la muerte es una pecera, y, como tus obras de teatro,
deberemos ahogarnos de aplausos y disfrutar de la histeria.

/ la histeria / el delirio /
/ la muerte / tijuana /

sí, siempre sí lo viviremos juntos,
en éxtasis de abracadabra:
en trance y sangrantes
conoceremos el mundo en botellas rompibles,
nos alimentaremos de fauna en cantinas,
como espíritus cualquiera,
hermanos del alma en una casa embrujada

y nos comeremos tijuana
y reviviremos demonios.

la noche es un astronauta desnudo
¿quieres verla aterrizar en nuestros mundos?
la mataremos sonriendo, para que nos visite de nuevo
y ese será nuestro rito mistérico,

seremos dos niños, paganos nocturnos,
acuchillando a una noche indignada
porque al paraiso lo habitamos nosotros
y NO es la invención de los curas
NO lo crearon los dioses abstemios,

NO,
el paraíso es una obra de teatro que improvisamos en chinga,
sin temor a que nos alcance la muerte.

el cuerpo es una obra de teatro
y el cementerio nos confirma que el goce es como el fuego:
que todo volverá a ser polvo
y que los que seguimos vivos no somos más que ignorantes.

/ la verdad admiro tu libertad de fantasma /

a tí, flaco,
que te gobiernas fuera del tiempo,
y que convertiste a las cenizas en una poesía terrorista,
te arropo de dialectos oscuros
y de perfumes de letras,
tú solo disfruta el paisaje
pues no hay tirano que vigile ni castigue cuando muertos
ni discurso de poder que nos pervierta definiéndonos,

flaco, niño criminal fuera de las jaulas,
saborea la libertad de tus cenizas,
y cuando yo cierre los ojos
tal vez esta escoria de mundo se termine
y me desintegre contigo en otra de esas parrandas mortales que acostumbras,

mi esqueleto se habrá olvidado de mí,
y, al fin, un gran telón me recordará que toda esta mierda es teatro
y se cancelará la eternidad de nuestros párpados
para dar paso al polvo, que será para siempre la finalidad de nuestros días,
como una violencia fecunda que nos devolverá a esta tierra sin miedo
y entonces, y a hora sí, será nuestra totalmente la locura,
como tanto lo soñamos en vida.


miércoles, 29 de febrero de 2012

Mircea Eliade - Historia de las creencias y las ideas religiosas (Extracto)


Mircea Eliade, de los grandes historiadores de las religiones. Puso mucha atención a las técnicas de éxtasis como forma de comunión en los diferentes relatos religiosos. Sus libros son una exquisitez. Poesía sociológica en su mero mole. En este extracto habla del culto a Dioniso.

Si quieren abundar más en lo que podríamos llamar "antropología del éxtasis", acá subí algo similar: Georges Bataille - La orgía ritual.

Pronto vuelvo a subir cosas mías xP

Imagen: Taddeo Zuccari

_____________________________
Dioniso o la felicidad recuperada
Mircea Eliade

(Extracto)

de "Historia de las creencias y las ideas religiosas"

(...)
Según el mito, es hijo de Zeus y de una princesa, Semele, hija de Cadmos, rey de Tebas. Hera, llena de celos, le tiende una trampa, y Semele pide a Zeus que le permita contemplarle en su verdadera forma de dios celeste. La imprudente es fulminada y da a luz antes de tiempo. Pero Zeus injerta a la criatura en su muslo y pasados algunos meses nace Dioniso, que puede llamarse con propiedad un dios «nacido dos veces».
(...) Las más antiguas tradiciones mitológicas insisten en un hecho: siendo mortal, Semele engendró un dios. (...) Como nacido de una mujer mortal, Dioniso no pertenece por derecho al panteón de los olímpicos, pero logró ser aceptado y al final consiguió introducir también a su madre. (...)

Dioniso tenía que provocar resistencia y persecución, pues la experiencia religiosa que suscitaba constituía una amenaza para todo un estilo de vida y un universo de valores. Se trataba, en definitiva, de una amenaza a la supremacía de la religiosidad olímpica y sus instituciones. Pero aquella oposición delataba al mismo tiempo un drama íntimo ampliamente atestiguado en la historia de las religiones: la resistencia contra toda experiencia religiosa absoluta, que sólo es posible a condición de negar el resto. (...)

A partir de Pisístrato se celebraban en Atenas cuatro fiestas en honor de Dioniso. Las «Dionisíacas de los campos», que tenían lugar en diciembre, eran fiestas de aldeanos. Un cortejo paseaba en procesión un enorme falo con acompañamiento de canciones. Había además otros festejos rituales que incluían concursos y desafíos pero sobre todo mascaradas y desfiles de personajes disfrazados de animales. (...)
Estamos peor informados acerca de las Leneas, fiestas que se celebraban a mediados del invierno. (...)
En febrero-marzo, aproximadamente, se celebraban las Antesterias, y en marzo-abril, las «Grandes Dionisíacas», (...) las Antesterias eran las fiestas más antiguas de Dioniso. Eran además las más importantes El primer día se llamaba pithoigia, apertura de las tinajas (pithoi) en las que se conservaba el vino de la ultima cosecha, que se había realizado en otoño. Se llevaban las tinajas al santuario de «Dioniso en las lagunas» para ofrecer libaciones al dios, y a continuación se probaba el vino nuevo. El segundo día (choes, «cuencos») se celebraba un concurso de bebedores, que se presentaban provistos de un cuenco que se llenaba de vino; a la señal convenida tenían que beberlo lo más rápidamente que pudieran. Lo mismo que algunos concursos de las «Dionisíacas de los campos» (por ejemplo, el askoliasmos, en el que algunos jóvenes trataban de mantenerse sobre un odre previamente untado de aceite), también esta competición encaja en el bien conocido ritual de los concursos y desafíos de todo tipo (deportivos, oratorios, etc.) encaminados a asegurar la renovación de la vida. Pero la euforia y la embriaguez anticipan en cierto modo una vida en el más allá que en nada se parece al triste mundo homérico de las sombras. (...)

Pero los tres días de las Antesterias, y sobre todo el segundo en que se celebra el triunfo de Dioniso, son días nefastos, puesto que en ellos retornan las almas de los muertos, y con ellas las keres, portadoras de influjos maléficos del mundo infernal. (...) «Son los muertos—se dice en un tratado hipocrático— los que nos proporcionan los alimentos el incremento y las semillas.» En todas las ceremonias que le están consagradas se manifiesta Dioniso dios de la fecundidad y de la muerte a la vez.

También tenemos que señalar los «milagros» que acompañan a sus epifanías o las anuncian: el agua que brota de la roca, los arroyos que se llenan de leche y miel. En Teos, durante su fiesta, una fuente mana chorros de vino hasta desbordar (Diodoro de Sicilia, III, 66,2). En Elis, tres cazuelas vacías que se dejan durante la noche en una cámara sellada aparecen a la mañana siguiente llenas de vino (Pausanias, VI, 2,6,1-2). En otros lugares se habla de «milagros» parecidos. Entre los más famosos se cuentan «las vides de un día» que florecían y daban racimos en unas pocas horas.

(...)

El éxtasis dionisíaco representa ante todo la superación de la condición humana, el descubrimiento de la liberación total, la obtención de una libertad y de una espontaneidad inaccesibles a los hombres. Que entre estas libertades figura también la liberación con respecto a las prohibiciones, las regulaciones y los convencionalismos de orden ético y social, parece cierto, y ello explicaría en parte la adhesión masiva de las mujeres (Tiresias, sin embargo, defiende al dios: «Dioniso no obliga a las mujeres a ser castas. La castidad depende del carácter, y la que es casta por naturaleza participará en las orgías sin corromperse» (Bacantes, 314 y sigs.) (...)

Bajo una u otra forma, siempre hallamos en el centro del ritual dionisíaco la experiencia extática de un frenesí más o menos violento, la manía. Esta «locura» constituía de algún modo la prueba de la«divinización» (entheos) del adepto. Aquella experiencia era con seguridad inolvidable, pues suponía una participación en la espontaneidad creadora, en la libertad embriagante, en la fuerza sobrehumana y en la invulnerabilidad de Dioniso. La comunión con el dios rompía durante algunas horas la condición humana, pero sin llegar a transmutarla.

(...)

La embriaguez, el erotismo, la fecundidad universal, pero al mismo tiempo las experiencias inolvidables provocadas por la llegada periódica de los muertos o por la manía, por la inmersión en la inconsciencia animal o por el éxtasis del enthousiasmos: todos estos terrores y revelaciones brotan de una sola y misma fuente: la presencia del dios. Su modo de ser expresa la unidad paradójica de la vida y de la muerte. Todo esto hace que Dioniso se presente como un tipo radicalmente distinto de los olímpicos. ¿Es un dios más cercano a los hombres que las demás divinidades? En todo caso, no era difícil acercarse a él, y hasta cabía la posibilidad de convertirse en su encarnación; el éxtasis de la mania demostraba que era posible superar la condición humana.





sábado, 11 de febrero de 2012

Boris Vian - El amor es ciego

Imagen: Boris Vian
(1920 - 1959)


***

BORIS VIAN - EL AMOR ES CIEGO
- de su recopilación de cuentos "El Lobo-Hombre" -
( 1949 )


1

El cinco de agosto, a las ocho, la niebla cubría la ciudad. Liviana, en absoluto estorbaba la respiración y se presentaba bajo apariencia singularmente opaca. Parecía, por otra parte, teñida de azul con verdadera intensidad.
Fue cayendo en capas paralelas. Al principio cabrilleaba a veinticinco centímetros del suelo, y los caminantes no podían verse los pies. Una mujer que vivía en el número 22 de la Rue Saint-Braquemart, dejó caer la llave en el momento de entrar en su casa, y no la podía encontrar. Seis personas, entre las que se contaba un bebé, acudieron en su ayuda. Entretanto, a la segunda capa le dio por caer. Y se pudo encontrar la llave, pero no al bebé que había tomado las de villadiego al amparo del meteoro, impaciente por escapar del biberón, sentar cabeza y conocer los serenos placeres del matrimonio. Mil trescientas sesenta y dos llaves, y catorce perros, se extraviaron de tal manera durante la primera mañana. Cansados de vigilar en vano sus flotadores, los pescadores se volvieron majaretas y se fueron a cazar.
La niebla se hacinaba en densidades considerables en la parte baja de las calles en pendiente y en las hondonadas. Formaba alargadas flechas y se colaba por las alcantarillas y los pozos de ventilación. Así invadió los túneles del metro, que dejó de funcionar cuando la lechosa marca alcanzó el nivel de los semáforos. Pero en aquel mismo momento, la tercera capa acababa de descolgarse y, en el exterior, de rodillas para abajo todo era blanquecina oscuridad.
Los de los barrios altos, creyéndose favorecidos, se burlaban de los de las orillas del río. Mas al cabo de una semana todos estaban reconciliados y podían golpearse del mismo modo contra los respectivos muebles de las respectivas habitaciones. La niebla había llegado por entonces hasta el copete de las edificaciones más elevadas. Y si el cimbanillo de la torre fue lo último en desaparecer, el irresistible empuje de la creciente y opaca marca acabó a fin de cuentas por sumergirlo del todo.

2

Orvert Latuile despertó el trece de agosto después de una dormida de trescientas horas. Como saliese de una cogorza de las buenas en un primer momento temió haberse quedado ciego. Con ello no habría hecho más que rendir homenaje a los innumerables alcoholes que se le habían servido. Tal vez fuese simplemente de noche, pero, en cualquier caso, de una manera distinta. Con los ojos abiertos, sentía la impresión que se experimenta cuando el rayo de luz de una bombilla viene a dar sobre los párpados cerrados. Con mano torpe, buscó el interruptor de la radio. Emitía, pero el informativo sólo lo esclareció hasta cierto punto.
Sin tomar en cuenta los agudos comentarios del locutor, Orvert Latuile reflexionó, se rascó el ombligo y notó, oliéndose la uña a continuación, que necesitaba un baño. Pero el amparo de aquella calígine caída sobre todas las cosas como el manto de Noé sobre Noé, como la miseria sobre el mísero mundo, como el velo de Tanit sobre Salambó o como un gato sobre un violín, le hizo colegir la inutilidad de semejante esfuerzo. Además, la tal niebla tenía un dulce aroma a albaricoque tísico que debía contrarrestar las emanaciones personales. Y por añadidura, el sonido se portaba bien y, al envolverse en aquella guata, los ruidos adquirían una curiosa resonancia, blanca y clara como la voz de una soprano lírica cuyo paladar, hundido en una desgraciada caída sobre la esteva de un arado, hubiera sido reemplazado por una prótesis de plata forjada.
Para empezar, Orvert decidió prescindir de todos los problemas y actuar como si nada ocurriese. En consecuencia, se vistió sin dificultad, pues sus indumentos estaban colocados cada uno en su sitio: es decir, unos sobre las sillas, otros debajo de la cama, los calcetines dentro de los zapatos, y éstos, el uno en el interior de un jarrón y el otro calzando el orinal.
—Dios mío -dijo para sí—, qué cosa extraña esta calina.
Reflexión sin gran originalidad que le salvó del ditirambo, del simple entusiasmo, de la tristeza y de la melancolía negra, colocando el fenómeno en la categoría de las cosas sencillamente constatadas. Pero acostumbrándose paulatinamente a lo inhabitual, se fue animando poco a poco hasta el punto de decidirse a encarar determinadas experiencias muy humanas.
—Bajo hasta casa de la portera—-se dijo— dejándome la bragueta abierta. Así comprobaremos si en realidad hay niebla, o si se trata de mis ojos.
Como es natural, el espíritu cartesiano de todo francés le induce a dudar de la existencia de cualquier calígine opaca, incluso si es tan tupida como para nublar la vista. Y no es lo que pueda decir la radio lo que vaya a decidir la aceptación de lo chocante. La radio no dice más que majaderías.
—Me la saco—dijo Orvert— y bajo como si nada.
En efecto, se la sacó y bajó como si nada. Por primera vez en su vida advirtió el chasquido del primer escalón, el temblor del segundo, el grillar del cuarto, el carrasqueo del séptimo, el susurrar del décimo, el chichear del décimo cuarto, las sacudidas del décimo séptimo, el bisbiseo del vigésimo segundo y el abejorreo del pasamanos de latón, desatornillado de su sustentáculo terminal.
Se cruzó con alguien que subía aplastándose contra la pared.
—¿Quién va?—dijo, deteniéndose.
—¡Lerond! —respondió el señor Lerond, el inquilino de enfrente.
—Buenos días —dijo Orvert-. Aquí Latuile.
Al tenderle la mano, encontró cierta cosa rígida que soltó con asombro.
Lerond emitió una risita embarazada.
—Perdone —dijo—, pero no se ve nada, y esta neblina es endemoniadamente calurosa.
—Cierto —asintió Orvert.
Pensando en su desabotonada bragueta, se avergonzó de constatar que Lerond había tenido la misma idea que él.
—Bueno, hasta la vista —dijo Lerond.
—Hasta la vista —contestó Latuile, desabrochando solapadamente la hebilla de su cinturón.
Cuando el pantalón le hubo caído sobre los pies, se lo quitó, arrojándolo a continuación por el hueco de la escalera. Ciertamente, aquella calina era tan agobiante como una pichona enamorada. Y si Lerond se paseaba con su mancebía al aire ¿por qué tenía Orvert que continuar a medio vestir... ? O todo o nada.
Chaqueta y camisa volaban poco después. Decidió conservar los zapatos.
Al llegar al final de la escalera, golpeó con delicadeza en el cristal de la portería.
—¡Adelante! —respondió la voz de la portera.
-¿Hay cartas para mí? -preguntó Orvert.
—¡Oh, señor Latuile! —se desternilló de risa la gruesa mujer-. ¡Siempre con sus chascarrillos ... ! ¿Y qué, bien dormido ya ... ? No quise molestarle, pero tendría que haber visto los primeros días de niebla... Todo el mundo parecía fuera de sí. En cambio, ahora... Bueno, digamos que a todo se acostumbra uno...
Por el Poderoso perfume que lograba franquear la lacticinosa barrera, Orvert reconoció que se acercaba a él.
—Solamente a la hora del cocido no resulta demasiado cómodo —prosiguió ella—. Pero no deja de ser divertida la nieblecita... Casi se podría decir que alimenta. Como usted sabe, yo como bastante bien... Pues bueno, desde hace tres días, con un vaso de agua y un trozo de pan me basta.
—Va a adelgazar —observó Orvert.
—¡Ja, ja, ja! —cacareó la portera con su risa parecida a un saco de nueces cayendo por la escalera desde el sexto piso—. Compruébelo por sí mismo, señor Latuile. Nunca me había sentido tan en forma. Incluso los melones se me están volviendo a poner en su sitio... Compruébelo, compruébelo por sí mismo...
—Esto..., yo... —dijo Orvert.
—Palpe, palpe, le digo que palpe.
Y cogiendo la mano del sentenciado, la colocó sobre el remate de uno de los melones en cuestión.
—¡Asombroso! —constató Latude.
—Y eso que tengo cuarenta y dos años —informó la portera—. ¿Eh? ¿Quién lo diría? ¡Ah ... ! y es que las que son como yo, un poquito gruesas por donde es debido, tienen esa ventaja...
—¡Pero por todos los santos! —exclamó Orvert asombrado—, ¡Está usted desnuda...!
—¡Claro! ¡Lo mismo que usted! —replicó ella.
—Cierto —musitó Orvert para sí—. Brillante idea he tenido.
—Han dicho los del arradio —prosiguió la portera—, que se trata de un aerosol cafronisíaco.
—¡Ah ... !—-dijo Latuile.
Con la respiración entrecortada, la portera buscaba contacto. Por un instante, el hombre tuvo la sensación de que la dichosa calina le permitiría escamotearse.
—Escuche, por favor, señora Panuche —le imploró—. No somos animales. Aunque se trate de un aerosol afrodisíaco hay que comportarse con mesura.
—¡Oh, oh! —se limitó a decir la señora Panuche con voz jadeante, mientras se servía de las manos con precisión nada mesurada.
—¡Está bien! -dijo finalmente Orvert con dignidad—. Arrégleselas como pueda. Yo no quiero saber nada.
—Oiga —murmuró la portera sin perder su presencia de ánimo—, el señor Lerond es mucho más amable que usted. Con usted, según parece, es una quien tiene que hacerlo todo.
—Escuche —le dijo Latuile—. Acabo de despertarme hoy. Por lo tanto, me falta entrenamiento.
—Descuide, le enseñaré —aseguró la portera.
A continuación ocurrieron cosas sobre las que será mejor echar el piadoso manto de este desdichado mundo como sobre las miserias de Noé, de Salambó y el velo de Tanit en la encerrona.
Orvert salió muy vivaracho de la portería. Una vez en la calle aguzó el oído. En efecto, se echaba en falta el ruido de los automóviles. Pero, en su defecto, se dejaban oír innumerables canciones. Y las risas chisporroteaban por todas partes.
Un poco aturdido, se adentró algunos pasos en la calzada. Sus oídos no estaban acostumbrados a un horizonte sonoro de tal profundidad y se sentía un algo extraviado. De repente se percató de que estaba pensando en voz alta.
—¡Dios mío! —decía—. ¡Una niebla afrodisíaca!
Como se puede ver, sus reflexiones sobre el particular habían progresado poco. Pero es preciso ponerse en el lugar de un hombre que duerme durante once días y que despierta en medio de una oscuridad total, complicada además por una especie de generalizado y licencioso envenenamiento, para constatar que su obesa y ruinosa portera se ha transformado en una valquiria de senos puntiagudos y abundantes, en una ávida Circe en su antro de placeres imprevistos.
—¡Caramba! —dijo todavía Orvert para precisar algo más su pensamiento.
Y dándose cuenta de repente de que estaba a pie firme en la misma mitad de la calle, sintió miedo y retrocedió hasta la altura del muro, bajo cuya cornisa caminó a lo largo de un centenar de metros. A esa distancia se encontraba la panadería. Como una dietética estrictamente aplicada le constreñía a consumir algún alimento después de cualquier esfuerzo físico notorio, entró en ella para procurarse un panecillo.
Una gran algazara parecía reinar dentro del establecimiento.
Orvert era hombre de pocos prejuicios. Pero cuando comprendió lo que exigía la panadera de cada cliente y el panadero de cada clienta, sintió cómo se le erizaban los cabellos en la cabeza.
—¡Por todos los diablos! ¡Si le doy un pan de dos libras —estaba diciendo aquélla— tengo derecho a exigir de usted un formato equivalente!
—Pero señora... —protestaba la aguda voz de un viejecillo en quien Latuile reconoció al señor Curepipe, anciano organista de la iglesia del muelle— pero señora...
—¡Y usted es el que toca el órgano de tubos! —exclamó la panadera.
El señor Curepipc se enfadó.
—¡Ya le enseñaré yo a reírse de mi órgano! —dijo amenazadoramente dirigiéndose con paso apresurado hacia la salida, pero ante ésta estaba Latuile, a quien el choque cortó la respiración.
—¡El siguiente!—ladró la panadera.
—Quisiera un pan... —dijo Orvert con esfuerzo, dándose masaje en el estómago.
—¡Un pan de cuatro libras para el señor Latuile!—vociferó la expendedora.
—No, no...—gimió Orvert—. Apenas un panecillo...
— ¡Grosero! —le espetó la tahonera.
Quien, dirigiéndose a su marido, dijo a continuación:
—¡Oye, Lucien, ocúpate de éste! ¡Así aprenderá lo que es bueno!
Los cabellos se le volvieron a erizar a Orvert sobre la cabeza. Y al emprender la huida a toda pastilla, fue a darse de lleno contra la luna del escaparate, que resistió.
Recorriéndola por completo, consiguió salir finalmente. En la panadería la orgía continuaba. El aprendiz se ocupaba de los niños.
—¡En fin, caramba!— refunfuñaba Orvert en la acera—. ¿Qué pasa? ¿Y si a uno le gusta elegir, qué? ¡Pues menuda boca de horno ha de tener la tal panadera...!
A continuación le vino a la cabeza la repostería cercana al puente. La dependienta tenía diecisiete años, la boquita de piñón y un coqueto delantalillo estampado... Quizá en aquel momento no llevase más que el delantalillo...
Sin pensarlo dos veces, partió a grandes zancadas hacia dicho establecimiento. En tres ocasiones al menos tropezó con amasijos de cuerpos entrelazados de los que ni siquiera le interesó detenerse a descubrir las respectivas composiciones. Pero, en uno de los casos, el conglomerado, como mínimo, se componía de cinco palmitos.
-¡Roma! -se limitó a farfullar-. Quo Vadis? ¡Fabiola! Et cum spiritu tuo!, ¡Las orgías!, ¡Oh!
Había cosechado de su contacto con la luna del escaparate un chichón de los mejor puestos y se frotaba la cabeza. Lo que no le impedía precipitar la marcha, pues determinada presencia que participaba de su persona, pero que le precedía a mucha distancia, le incitaba a llegar a la meta lo antes posible.
Cuando creyó que ya se acercaba al objetivo, optó por caminar junto a las fachadas de las casas para guiarse por el tacto. Por el redondo disco de contrachapado sujeto con pernos, que mantenía en su sitio una de las rajadas cristaleras pudo reconocer el establecimiento del anticuario. Dos números más allá, la repostería.
De repente topó con todo el cuerpo con otro que, inmóvil, le daba la espalda. Sin que pudiera evitarlo, se le escapó un grito.
—¡No empuje! —le respondió una voz profunda—. Y apresúrese a separar esa cosa de mis posaderas, si no quiere que le parta ahora mismo la cara.
—Esto... yo... ¿No pensará que ... ? -dijo Orvert.
Y giró a la izquierda para salvar el obstáculo.
Segundo choque.
—¡Qué le pasa a éste? —se interesó una segunda voz de hombre.
—¡A la cola, como todo el mundo!
Siguió el estallido de carcajadas.
—¿Cómo? —acertó a decir Orvert.
—Está claro —explicó una tercera voz—. Seguro que viene en busca de Nelly.
—Así es —balbuceó Orvert.
—Está bien, pues póngase en la cola —prosiguió el hombre—. Somos unos sesenta ya.
Orvert no respondió. Sentía el corazón desgarrado. Volvió a ponerse en camino sin esperar a averiguar si ella llevaba o no su delantal estampado.
Tomó por la primera a la izquierda. Una mujer venía, precisamente, en sentido contrario.
Tras el choque quedaron, cada uno por su lado, sentados en el suelo.
— Perdón -dijo Orvert.
—La culpa es mía —respondió la mujer—. Usted circulaba por su derecha.
—¿Puedo ayudarla a levantarse? —se ofreció Orvert—. Está usted sola ¿no es así?
—¿Y usted? —preguntó ella a su vez—. ¿No estarán a punto de echárseme encima cinco o seis de una vez?
—¿Seguro que es usted una mujer? —continuó Orvert.
—Compruébelo usted mismo -le contestó ella.
Se habían aproximado el uno al otro, y el hombre pudo sentir contra su mejilla el contacto de unos cabellos largos y sedosos. Ahora estaban de rodillas y de frente.
—¿Dónde encontrar un lugar tranquilo? —preguntó Orvert.
—En el centro de la calzada —dijo la mujer.
Lugar hacia el que se dirigieron, tomando como referencia el bordillo de la acera.
—La deseo —dijo Orvert.
—Y yo a usted -dijo la mujer—. Mi nombre es...
Orvert la cortó.
—Me da lo mismo —dijo—. No quiero saber nada más que lo que mis manos y mi cuerpo me revelen.
—Proceda —le animó la mujer.
—Naturalmente -constató Latuile— va usted sin ropa alguna.
—Igual que usted —respondió ella.
Dicho lo cual, se estrecharon el uno contra el otro.
—No tenemos ninguna prisa —prosiguió la mujer—.Comience por los pies y vaya subiendo.
A Orvert le extrañó la proposición. Se lo dijo.
—De tal manera, podrá ser consciente de todo —explicó la mujer—. No tenemos a nuestra disposición, como usted mismo acaba de constatar, más que el instrumento de investigación que significa nuestra piel. No olvide que su mirada no puede atemorizarme. Su autonomía erótica se ha ido al traste. Seamos francos y directos.
—Habla usted muy bien -dijo Orvert.
—Leo siempre Les Temps Modernes —informó la mujer—. Venga, comience de una vez con mi iniciación sexual.
Cosa que Latuile no se privó de hacer reiteradas veces y de diversas maneras. Ella mostraba indudables condiciones, y el terreno de lo posible es muy amplio cuando no hay temor a que la luz se encienda. Y además, eso ya no se usa, después de todo. Las enseñanzas que le impartió Orvert a propósito de dos o tres truquitos nada desdeñables, y la práctica de un empalme simétrico varias veces repetido, acabaron infundiendo confianza en sus relaciones.
Y allí llevaron, de tal modo, la vida sencilla y regalada que hace a los humanos semejantes al dios Pan.

3

Al cabo de un tiempo, la radio anunció que los sabios estaban constatando una regresión regular del fenómeno, y que el espesor de la niebla aminoraba de día en día.
Como la amenaza era de consideración, se celebró gran consejo. Muy pronto se encontró una alternativa, pues el genio del hombre nunca deja de sorprender con sus mil facetas. Y cuando la niebla se disipó, según indicaron los aparatos detectores especiales, la vida siguió felizmente su curso pues todos se habían hecho arrancar los ojos.

Imagen: Balint Zsako