domingo, 30 de enero de 2011

Aviéntate perro

Pues un pequeño sueñito que tuve ya hace tiempo; el primero de los que empecé a escribir.
18-Jul-10
Lugar: Patio de mi primaria

Yo era un perro, blanco, y tenía una amiguita igual a mí.
Había otros perros, tres, negros y con trenzas en la cabeza. Yo tenía la impresión de que tenían mal caracter. Se podría decir que me "caían mal".
Había una planta, que crecía adentro de una manzana, como si estuviera plantada dentro de ella.
Y los dueños de la casa tenían perdidos tres anillos, uno de ellos era muy caro, otro de precio medio y el último baratísimo. Probablemente los habían robado, el caso es que ellos se quebraban la cabeza tratando de encontrarlos. A mi no me importaban, esos eran problemas de humano, lo que yo quería era jugar con la otra perrita, y cojer con ella. Todo lo demás sobraba. Nada de lo humano tenía sentido... esos animales de dos patas se complicaban la vida por nada, pobrecillos.


jueves, 20 de enero de 2011

/ Un balazo en cada hijo /


“Serán las madres las que digan: Basta (…) / serán las madres
todas rehusando / a ceder sus vientres al trabajo inútil / de concebir tan
sólo hacia la fosa (...)/
¿por qué lograr espigas que maduren / para una
ciega de ametralladoras? / por qué llenar prisiones y cuarteles? / ¿Por qué suministrar carne con nervios / al agrio espino de las alambradas, / bocas al hambre y ojos al espanto?
"
(Ángela Figuera Aymerich, Rebelión)


Por la llaga abierta de su cuerpo, México desprende
lágrimas de carne:

méxico (la nación-vagina que es la patria),
la enorme herida que nos
pare ¿qué espera
para decir B.A.S.T.A. a ese
desfilar de espectros que se matan?,

-uuuuun sepulcro para ellos (de horror)-

y así nos regalas diariamente al minotauro
nos crucificas en tu enorme nopal de fierro
pinche bestia tricolor,
águila que nos aniquila y
nos asfixia,
así estamos tus
hijos, los descamisados, los
encobijados, morimos en
nuestra cuna-ametralladora, morimos
diariamente en tu alambrada.

[ Cuando satanizamos los
vicios, heredamos el infierno ]

lunes, 17 de enero de 2011

Los Cantos de Maldoror

imagen: Detalle de un cuadro de Hans Memling

A veces hay que releer los clásicos; y hoy estaba con Los Cantos de Maldoror, del Conde de Lautréamont, librazo de 1869, cargado de bombazos de imagenes como este:

Comenzaba a parecerme que el universo, con su bóveda sembrada de globos impasibles e irritantes, no era quizás lo que yo había soñado de más grandioso. Así es que un día, fatigado de marcar el paso en el sendero abrupto del viaje terrestre, y de andar tambaleándome como un ebrio a través de las catacumbas oscuras de la vida, alcé lentamente mis ojos, que cercaban sendos círculos azulinos, hacia la concavidad del firmamento, y me atreví a escudriñar, yo, tan joven, los misterios del cielo. No habiendo encontrado lo que buscaba, levanté mis párpados azorados más arriba, aún más arriba, hasta que percibí un trono formado de excrementos humanos y de oro, desde el cual ejercía el poder con orgullo idiota, el cuerpo envuelto en un sudario hecho con sábanas sucias de hospital, aquel que se denomina a sí mismo el Creador. Tenía en la mano el tronco podrido de un hombre muerto y lo llevaba alternativamente de los ojos a la nariz y de la nariz a la boca; una vez en la boca, puede adivinarse qué hacía. Sumergía sus pies en una vasta charca de sangre en ebullición, en cuya superficie aparecían bruscamente, como tenias a través del contenido de un orinal, dos o tres cabezas, medrosas que se volvían a hundir con la velocidad de una flecha, un puntapié bien aplicado en el hueso de la nariz era la consabida recompensa por la infracción del reglamento, provocada por la necesidad de respirar otro ambiente, ya que, después de todo, esos hombres no eran peces. ¡Todo lo más, anfibios que nadan entre dos aguas en ese líquido inmundo! Hasta que, no teniendo ya nada en la mano, el creador, con las dos primeras garras del pié tomó a otro de los zambullidos por el cuello como con unas tenazas, y lo levantó en el aire, sacándolo del fango rojizo, ¡salsa exquisita! Con éste hizo lo mismo que con el otro. Le devoró primero la cabeza, las piernas y los brazos y, en último término, el tronco, hasta que al no quedar nada, roía los huesos. Y así sucesivamente, en todas las horas de su eternidad. A veces exclamaba: “Os he creado, por lo tanto tengo derecho de hacer con vosotros los que quiera. No me habéis hecho nada, no digo lo contrario. Os hago sufrir para mi propio placer.” Y proseguía con su cruel manjar, moviendo la mandíbula inferior, la que a su vez movía la barba salpicada de sesos. Oh lector, ¿ante este último detalle no se te hace agua la boca? No cualquiera come un seso semejante, tan sabroso, tan fresco y que acaba de ser pescado no hace un cuarto de hora en el lago de los peces.


viernes, 7 de enero de 2011

Imagen: tomada en el mercado "La ciudadela" (d.f.)

Ya no tenía remedio:
cortésmente se suicidaría esa noche
y haría de su esqueleto
una gran pirámide blanca
alineada a las estrellas.